Protagonistas y Marginados
Resumen del artículo publicado por José Luis Cortés López "Mundo Negro", Octubre de 1997. Boletín AZAR, número 2, 1998.
El pueblo bereber, senõr y dominador del Sahara, es también el protagonista principal de la historia del Magreb, cuyas vicisitudes ha sufrido su propia gente sin que por mucho tiempo se hayan reconocido sus innegables aportaciones a lo que hoy es el Africa musulmana.Sus antepasados más cercanos conocidos bajo el nombre de Protobereberes o grupo Líbico bereber, aparecen en el primer milenio antes de nuestra era repartidos en zonas costeras del Mediterráneo y en amplios núcleos del interior. Los primeros desarrollaron una civilización rural sedentaria, mientras los que ocuparon las áreas meridionales eran nómadas dedicados a la cría de ovejas, cabras y bovinos y entre sus pertenencias se han encontrado armas, pulseras, pendientes y perlas. Se conoce muy poco de su organización social y de formaciones clánicas se pasaría posteriormente al nacimiento de pequeñas monarquías autónomas.
Con la llegada de los fenicios al Magreb entró a formar parte de la historia del mundo mediterráneo. Cártago, fundada en el 814 a.C., fue la principal colonia que, además de los dirigentes y colonos foráneos, contó con la población autóctona bereber como la base demográfica fundamental y fuerza laboral. En el siglo VI a.C. se convirtió en un estado autónomo, ensanchó sus fronteras y sometió al pago de un tributo a los bereberes del interior. Con éstos se mantenía un comercio basado fundamentalmente en el oro, la plata y el estaño africanos contra productos manufacturados cartagineses, como lo atestiguan monedas fenicias halladas en el sur.
A partir del año 40 Africa del norte es romana y durante los dos primeros siglos de nuestra era la obra de romanización avanzó hasta los bordes del desierto entre las constantes sublevaciones bereberes. Roma nunca supo romper esta resistencia y para controlar sus brotes estableció una serie de puestos de vigilancia y de fortalezas que también tenían como misión asegurar el comercio caravanero procedente del centro y sur del Sahara. En estos campanentos militares se fijaron entre 25 y 30.000 soldados que guardaban las fronteras (limes) de las provincias romanas, creándose a lo largo de ellas una zona comercial y cultural muy importante.
La población bereber se encontraba en ambas partes: unos vivían según los esquemas romanos y otros en clanes y tribus independientes. Estos proporcionaban al mundo romano oro, esclavos, plumas de avestruz, fieras y algunas piedras preciosas y recibían, a cambio, vino, objetos metálicos, alfarería, textiles y utensilios de vidrio. Los bereberes romanizados fueron ascendiendo socialmente y en el año 170 los senadores africanos llegaban ya al centenar.
El Cristianismo también conoció un gran desarrollo en las partes romanizadas. Tertuliano (finales del siglo II) dice que "los cristianos de Africa son muy numerosos en todas las clases y en todas las profesiones". Los Concilios celebrados en Cartago los años 220 y 240 reunieron, respectivamente, a 71 y 90 obispos. La figura más señera del cristianismo africano fue San Agustín, obispo de Hipona, y las herejías más extendidas el donatismo y el arrianismo. El Judaísmo también encontró bastantes adeptos que se mantuvieron principalmente en las montañas cercanas a la costa. En el año 429 tuvo lugar el paso de los vándalos que arruinó parte de la cultura romana, paralizó la vida urbana y propagó el arrianismo. En el 533 llegaron los bizantinos que restablecieron la administración y economía romanas y la ortodoxia católica.
Los bereberes del interior, mientras tanto, siguieron con su vida nómada y organización tribal atacando con frecuencia las ciudades cercanas en busca de botín. Su lengua y escritura (tifinagh) parece que no sea anterior al siglo I. La introducción tardía del camello (ss. V-VI) revolucionó las comunicaciones saharianas y los bereberes pudieron controlar mejor las rutas convirtiéndose en los verdaderos intermediarios entre el Africa negra y el mundo mediterráneo.
La conquista árabe y la resistencia bereber
El pueble bereber, siempre apegado a sus tradiciones, a su marco geográfico y a su organización igualitaria, opuso una resistencia tenaz a la invasión árabe, lo mismo que había resistido a los dominadores anteriores. Con la caída de Egipto en el 642, los árabes hicieron incursiones hacia el oeste y en el 649 llegaron por primera vez a Ifrikiya (Túnez) sin apenas resistencia bizantina, pero sí por parte de algunos grupos bereberes.
En el 665 los árabes derrotaron definitivamente a los bizantinos y cuatro años más tarde se fundó Kairuán, base militar importante y centro religioso de difusión islámica, desde donde se preparó la conquista de las regiones meridionales. Este mismo año salió una expedición hacia Fezzan, cuya vuelta se hizo Ghardamés, incorporando toda la zona al mundo islámico. En el 675 el líder Kusayla, jefe bereber de las confederaciones Awraba y Sanhadja, se convirtió al Islam y con él la mayoría de sus seguidores del Magreb central. Hizo un pacto con los árabes y los ayudó a expulsar definitivamente a los bizantinos.
Sin embargo, los árabes no respetaron este compromiso y Ukba, el fundador de Kairuán, hizo una larga incursión conquistadora hacia el sureste que lo llevó hasta Safi, en la costa atlántica; en su recorrido invadió los dominios de Kusayla y a su vuelta éste le derrotó y se hizo con el control de Kairuán. De esta forma, casi toda la Ifrikiya se convertió en un reino bereber que no aceptó la soberanía de un califa lejano y desconocido. En el 690 los árabes contraatacaron y destruyeron a Kusayla tomando otros bastiones bereberes del interior. Seis años más tarde fué la sacerdotisa Al-Kahina quien congregó junto a su persona a todos los zanatas y expulsó a gran parte de la aristocracia árabe de Ifrikiya.
En el 701 esta reina fue asesinada y gran parte de sus seguidores pidieron amnistía y escogieron ser musulmanes. En el 704 un ataque árabe a la región del Atlas acabó con la conquista de aquellos territorios, la conversión de sus pobladores y la incorporación de numerosos guerreros al ejército vencedor. Prácticamente todo el Magreb bereber pasó a formar parte del imperio califal.
Consecuencias de la islamización
Los bereberes, con sus fuertes tendencias democráticas y su sentido de la igualdad, soportaban de muy mala gana el verse relegados a ser musulmanes de segunda categoría que tenían que pagar tributos e impuestos como los infieles, prestar servicios menores, no acceder a puestos de responsabilidad y, en cambio, formar el grueso de los ejércitos que conquistaban los territorios para los árabes. Estos formaban una clase aristocrática que, además de la exención fiscal, llevaba todos los engranajes de la administración y del poder y controlaba los recursos económicos sin compartir nada con los pueblos sometidos. Las reacciones bereberes contra este estado de cosas tenían siempre como punto de mira esta aristocracia privilegiada y no la doctrina musulmana.
Por eso se adhirieron masivamente al jariyismo que predica la igualdad de todos los creyentes, combate la intolerancia y enseña que cualquiera de éstos, incluso si es un esclavo negro, puede ser cabeza de la comunidad musulmana si posee las cualidades necesarias y tiene los conocimientos religiosos adecuados.
Hubo también desde el principio intentos de adaptar el islam al mundo bereber y a sus características peculiares. Un tal Ibn Tarif se autonombró profeta en el 745, tradujo el Corán a su lengua vernácula e introdujo una serie de rituales y restricciones dietéticas en consonancia con las tradiciones animistas locales. Esta nueva doctrina, que pretendía una cierta emancipación cultural, se extendió mucho por el litoral atlántico, en la zona de Tamazna, y sus adeptos fundaron el reino de Barghwata que conservó su independencia durante algunos siglos.
La aceptación del Islam modificó las estructuras sociales y, en algunos momentos, incluso las étnicas. La atracción por el mundo árabe influyó muchas veces en la forma de vida y en la manera de pensar de modo que, viendo en aquél una fuente de prestigio indiscutible, numerosas familias bereberes pretendieron tener antepasados árabes o consiguieron que les hicieran genealogías con esa ascendencia.
Por otra parte, muchos árabes establecidos entre los grupos bereberes gozaron de gran estima y se les dió el grado de imán o maestro indiscutible y el liderazgo espiritual, llegando en ocasiones a ser la cabeza política del grupo.
Los comerciantes caravaneros que llegaban hasta Africa negra, además de sus transacciones comerciales se esforzaban por propagar la fe musulmana. Ellos fueron, pues, quienes introdujeron el Islam en las regiones subsaharianas.
Por un Magreb bereber autónomo
El ser considerados musulmanes de segunda categoría fué el motivo que llevó a los bereberes a intentar un autogobierno en sus propios dominios apoyándose en los dictámenes del jariyismo.
La derrota del jariyismo y su desaparición paulatina propició la ascensión del chiísmo, doctrina que defiende que sólo los descendientes de Mahoma, a través de su hija Fátima casada con el cuarto califa Alí, pueden ostentar el Imanato o cabeza visible de la comunidad musulmana.
El gobierno duro e impositivo de los fatimíes provocó no pocas revueltas que fueron reducidas mediante fuertes incursiones de castigo. En algunas de éstas un grupo bereber dirigido por Ibn Ziri intervino ayudando a los fatimíes a sofocarlas. En premio a esta colaboración cuando el califa se retiró a Egipto dejó a Ziri como gobernador de la parte centro-occidental del Magreb, conviertiéndose de esta forma en el primer bereber que ocupaba un cargo con poder político. Al principio se pagó el tributo a El Cairo, pero en el año 1047 los ziríes se desligaron de los fatimíes y dieron su fidelidad a los abasidas de Bagdad.
La respuesta fatimí no se hizo esperar y en lugar de atacar ellos mismos invitaron a las tribus árabes de los Banu Hilal y Banu Sulaym, que habitaban el alto Egipto, a dirigirse hacia occidente y ocupar las tierras bajo dominio zirí. Partieron en el 1050 y siete años más tarde los desalojaron y establecieron su poder hasta la llegada de los almohades.
Los diversos grupos bereberes del interior, ya islamizados, continuaron con su autonomía en las zonas del Sahara casi totalmente ajenos a los cambios políticos que en lo sucesivo tendrían lugar en las regiones mediterráneas, come fué, por ejemplo, la expansión turca.
La tradicional aristocracia árabe se perpetuó en el poder y con ella se negoció la descolonización y el nacimiento de los estados actuales sin tener en cuenta los derechos históricos de los bereberes del interior. Incluso su lengua fué marginada, en favor del árabe y del idioma del colonizador que fueron declaradas oficiales; tras innumerables propuestas y protestas el bereber ha sido, en algunos países, declarado también lengua del Estado. Pero quedan aún sin reconocer muchas de sus reivindicaciones y el reconocimiento de su contribución esencial a lo que es en realidad el Magreb de hoy.
Con la llegada de los fenicios al Magreb entró a formar parte de la historia del mundo mediterráneo. Cártago, fundada en el 814 a.C., fue la principal colonia que, además de los dirigentes y colonos foráneos, contó con la población autóctona bereber como la base demográfica fundamental y fuerza laboral. En el siglo VI a.C. se convirtió en un estado autónomo, ensanchó sus fronteras y sometió al pago de un tributo a los bereberes del interior. Con éstos se mantenía un comercio basado fundamentalmente en el oro, la plata y el estaño africanos contra productos manufacturados cartagineses, como lo atestiguan monedas fenicias halladas en el sur.
A partir del año 40 Africa del norte es romana y durante los dos primeros siglos de nuestra era la obra de romanización avanzó hasta los bordes del desierto entre las constantes sublevaciones bereberes. Roma nunca supo romper esta resistencia y para controlar sus brotes estableció una serie de puestos de vigilancia y de fortalezas que también tenían como misión asegurar el comercio caravanero procedente del centro y sur del Sahara. En estos campanentos militares se fijaron entre 25 y 30.000 soldados que guardaban las fronteras (limes) de las provincias romanas, creándose a lo largo de ellas una zona comercial y cultural muy importante.
La población bereber se encontraba en ambas partes: unos vivían según los esquemas romanos y otros en clanes y tribus independientes. Estos proporcionaban al mundo romano oro, esclavos, plumas de avestruz, fieras y algunas piedras preciosas y recibían, a cambio, vino, objetos metálicos, alfarería, textiles y utensilios de vidrio. Los bereberes romanizados fueron ascendiendo socialmente y en el año 170 los senadores africanos llegaban ya al centenar.
El Cristianismo también conoció un gran desarrollo en las partes romanizadas. Tertuliano (finales del siglo II) dice que "los cristianos de Africa son muy numerosos en todas las clases y en todas las profesiones". Los Concilios celebrados en Cartago los años 220 y 240 reunieron, respectivamente, a 71 y 90 obispos. La figura más señera del cristianismo africano fue San Agustín, obispo de Hipona, y las herejías más extendidas el donatismo y el arrianismo. El Judaísmo también encontró bastantes adeptos que se mantuvieron principalmente en las montañas cercanas a la costa. En el año 429 tuvo lugar el paso de los vándalos que arruinó parte de la cultura romana, paralizó la vida urbana y propagó el arrianismo. En el 533 llegaron los bizantinos que restablecieron la administración y economía romanas y la ortodoxia católica.
Los bereberes del interior, mientras tanto, siguieron con su vida nómada y organización tribal atacando con frecuencia las ciudades cercanas en busca de botín. Su lengua y escritura (tifinagh) parece que no sea anterior al siglo I. La introducción tardía del camello (ss. V-VI) revolucionó las comunicaciones saharianas y los bereberes pudieron controlar mejor las rutas convirtiéndose en los verdaderos intermediarios entre el Africa negra y el mundo mediterráneo.
La conquista árabe y la resistencia bereber
El pueble bereber, siempre apegado a sus tradiciones, a su marco geográfico y a su organización igualitaria, opuso una resistencia tenaz a la invasión árabe, lo mismo que había resistido a los dominadores anteriores. Con la caída de Egipto en el 642, los árabes hicieron incursiones hacia el oeste y en el 649 llegaron por primera vez a Ifrikiya (Túnez) sin apenas resistencia bizantina, pero sí por parte de algunos grupos bereberes.
En el 665 los árabes derrotaron definitivamente a los bizantinos y cuatro años más tarde se fundó Kairuán, base militar importante y centro religioso de difusión islámica, desde donde se preparó la conquista de las regiones meridionales. Este mismo año salió una expedición hacia Fezzan, cuya vuelta se hizo Ghardamés, incorporando toda la zona al mundo islámico. En el 675 el líder Kusayla, jefe bereber de las confederaciones Awraba y Sanhadja, se convirtió al Islam y con él la mayoría de sus seguidores del Magreb central. Hizo un pacto con los árabes y los ayudó a expulsar definitivamente a los bizantinos.
Sin embargo, los árabes no respetaron este compromiso y Ukba, el fundador de Kairuán, hizo una larga incursión conquistadora hacia el sureste que lo llevó hasta Safi, en la costa atlántica; en su recorrido invadió los dominios de Kusayla y a su vuelta éste le derrotó y se hizo con el control de Kairuán. De esta forma, casi toda la Ifrikiya se convertió en un reino bereber que no aceptó la soberanía de un califa lejano y desconocido. En el 690 los árabes contraatacaron y destruyeron a Kusayla tomando otros bastiones bereberes del interior. Seis años más tarde fué la sacerdotisa Al-Kahina quien congregó junto a su persona a todos los zanatas y expulsó a gran parte de la aristocracia árabe de Ifrikiya.
En el 701 esta reina fue asesinada y gran parte de sus seguidores pidieron amnistía y escogieron ser musulmanes. En el 704 un ataque árabe a la región del Atlas acabó con la conquista de aquellos territorios, la conversión de sus pobladores y la incorporación de numerosos guerreros al ejército vencedor. Prácticamente todo el Magreb bereber pasó a formar parte del imperio califal.
Consecuencias de la islamización
Los bereberes, con sus fuertes tendencias democráticas y su sentido de la igualdad, soportaban de muy mala gana el verse relegados a ser musulmanes de segunda categoría que tenían que pagar tributos e impuestos como los infieles, prestar servicios menores, no acceder a puestos de responsabilidad y, en cambio, formar el grueso de los ejércitos que conquistaban los territorios para los árabes. Estos formaban una clase aristocrática que, además de la exención fiscal, llevaba todos los engranajes de la administración y del poder y controlaba los recursos económicos sin compartir nada con los pueblos sometidos. Las reacciones bereberes contra este estado de cosas tenían siempre como punto de mira esta aristocracia privilegiada y no la doctrina musulmana.
Por eso se adhirieron masivamente al jariyismo que predica la igualdad de todos los creyentes, combate la intolerancia y enseña que cualquiera de éstos, incluso si es un esclavo negro, puede ser cabeza de la comunidad musulmana si posee las cualidades necesarias y tiene los conocimientos religiosos adecuados.
Hubo también desde el principio intentos de adaptar el islam al mundo bereber y a sus características peculiares. Un tal Ibn Tarif se autonombró profeta en el 745, tradujo el Corán a su lengua vernácula e introdujo una serie de rituales y restricciones dietéticas en consonancia con las tradiciones animistas locales. Esta nueva doctrina, que pretendía una cierta emancipación cultural, se extendió mucho por el litoral atlántico, en la zona de Tamazna, y sus adeptos fundaron el reino de Barghwata que conservó su independencia durante algunos siglos.
La aceptación del Islam modificó las estructuras sociales y, en algunos momentos, incluso las étnicas. La atracción por el mundo árabe influyó muchas veces en la forma de vida y en la manera de pensar de modo que, viendo en aquél una fuente de prestigio indiscutible, numerosas familias bereberes pretendieron tener antepasados árabes o consiguieron que les hicieran genealogías con esa ascendencia.
Por otra parte, muchos árabes establecidos entre los grupos bereberes gozaron de gran estima y se les dió el grado de imán o maestro indiscutible y el liderazgo espiritual, llegando en ocasiones a ser la cabeza política del grupo.
Los comerciantes caravaneros que llegaban hasta Africa negra, además de sus transacciones comerciales se esforzaban por propagar la fe musulmana. Ellos fueron, pues, quienes introdujeron el Islam en las regiones subsaharianas.
Por un Magreb bereber autónomo
El ser considerados musulmanes de segunda categoría fué el motivo que llevó a los bereberes a intentar un autogobierno en sus propios dominios apoyándose en los dictámenes del jariyismo.
La derrota del jariyismo y su desaparición paulatina propició la ascensión del chiísmo, doctrina que defiende que sólo los descendientes de Mahoma, a través de su hija Fátima casada con el cuarto califa Alí, pueden ostentar el Imanato o cabeza visible de la comunidad musulmana.
El gobierno duro e impositivo de los fatimíes provocó no pocas revueltas que fueron reducidas mediante fuertes incursiones de castigo. En algunas de éstas un grupo bereber dirigido por Ibn Ziri intervino ayudando a los fatimíes a sofocarlas. En premio a esta colaboración cuando el califa se retiró a Egipto dejó a Ziri como gobernador de la parte centro-occidental del Magreb, conviertiéndose de esta forma en el primer bereber que ocupaba un cargo con poder político. Al principio se pagó el tributo a El Cairo, pero en el año 1047 los ziríes se desligaron de los fatimíes y dieron su fidelidad a los abasidas de Bagdad.
La respuesta fatimí no se hizo esperar y en lugar de atacar ellos mismos invitaron a las tribus árabes de los Banu Hilal y Banu Sulaym, que habitaban el alto Egipto, a dirigirse hacia occidente y ocupar las tierras bajo dominio zirí. Partieron en el 1050 y siete años más tarde los desalojaron y establecieron su poder hasta la llegada de los almohades.
Los diversos grupos bereberes del interior, ya islamizados, continuaron con su autonomía en las zonas del Sahara casi totalmente ajenos a los cambios políticos que en lo sucesivo tendrían lugar en las regiones mediterráneas, come fué, por ejemplo, la expansión turca.
La tradicional aristocracia árabe se perpetuó en el poder y con ella se negoció la descolonización y el nacimiento de los estados actuales sin tener en cuenta los derechos históricos de los bereberes del interior. Incluso su lengua fué marginada, en favor del árabe y del idioma del colonizador que fueron declaradas oficiales; tras innumerables propuestas y protestas el bereber ha sido, en algunos países, declarado también lengua del Estado. Pero quedan aún sin reconocer muchas de sus reivindicaciones y el reconocimiento de su contribución esencial a lo que es en realidad el Magreb de hoy.