La invasión española de marruecos (1904-1910)
Diez años después del Desastre de 1898 las tropas españolas entraron en Marruecos. Su primer objetivo era ocupar el rudimentario puerto de Restinga, en la estrecha franja que es la península situada a 19 kilómetros al sur del enclave español de Melilla, al nordeste de Marruecos. La operación se inició en la mañana del 14 de febrero de 1908. Dos compañías y una brigada disciplinaria partieron de Melilla en un cañonero y una embarcación correo bajo el mando del gobernador general de Melilla, el general José Marina. Al amanecer, bajo una lluvia intensa y con viento frío, cuatro lanchas cruzaron el mar revuelto en dirección a la costa, y al llegar a una distancia prudencial, los soldados saltaron al agua y alcanzaron la costa.
El ataque militar que siguió fue una farsa orquestada. El sharif o jefe local, El Rogui, opuso una resistencia simbólica para convencer a sus paisanos de que estaba en contra de la incursión española en su tierra. Sus jinetes galopaban repartiendo disparos salvajes a diestro y siniestro, mientras Marina ordenaba abrir fuego esporádico de ametralladoras y cañones desde el cañonero. Sin que ninguno de los bandos sufriera bajas, las tropas españolas alcanzaron el puerto e izaron la bandera española en el pequeño hangar. [1]
Aquella Operación señaló el comienzo de la invasión de Marruecos por el Ejército español, que acabaría ocupando toda la región norteña hasta 1956. A diferencia de la guerra entre España y Marruecos de 1859-60, esta operación no estaba pensada para derrocar al Sultán, pero ni él ni su Gobierno fueron consultados al respecto. Tampoco iba dirigida contra su adversario, el pretendiente del trono, El Rogui. Ni se trató, al menos en ese primer momento, de una acción para expandir el poder. Más bien, era la consecuencia de una obligación internacional contraída por España.
La nueva incursión en Marruecos era el resultado directo de la inseguridad que sentían sus elites políticas tras la guerra hispano-americana de 1898. España había perdido los restos que le quedaban de su, en otros tiempos, vasto imperio después de que las guerras coloniales de Cuba y Filipinas se habían convertido en una confrontación militar desastrosa con Estados Unidos.
Alejada del sistema de relaciones internacionales durante el último cuarto del siglo xix, España había confiado fatalmente en sus conexiones dinásticas y religiosas para proteger sus colonias de los depredadores externos. [2] Después del Desastre, España había tratado de reintegrarse en un puesto seguro dentro de la cambiante red de alianzas internacionales, con la idea de proteger su metrópoli y sus islas y enclaves de la creciente competencia existente entre las grandes potencias. [3] Con una franqueza poco habitual en la correspondencia diplomática, el ex primer ministro conservador Francisco Silvela escribió así al embajador francés en 1903: "El evidente deber de los hombres que se hallan a la cabeza de las fuerzas políticas de España es terminar con el aislamiento en que se encuentra nuestra política exterior. Nuestra ubicación geográfica nos impone serias responsabilidades, no sólo hacia nuestra propia nacionalidad y hacia el futuro de nuestro país, sino también en relación con otras potencias…". [4]
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El ataque militar que siguió fue una farsa orquestada. El sharif o jefe local, El Rogui, opuso una resistencia simbólica para convencer a sus paisanos de que estaba en contra de la incursión española en su tierra. Sus jinetes galopaban repartiendo disparos salvajes a diestro y siniestro, mientras Marina ordenaba abrir fuego esporádico de ametralladoras y cañones desde el cañonero. Sin que ninguno de los bandos sufriera bajas, las tropas españolas alcanzaron el puerto e izaron la bandera española en el pequeño hangar. [1]
Aquella Operación señaló el comienzo de la invasión de Marruecos por el Ejército español, que acabaría ocupando toda la región norteña hasta 1956. A diferencia de la guerra entre España y Marruecos de 1859-60, esta operación no estaba pensada para derrocar al Sultán, pero ni él ni su Gobierno fueron consultados al respecto. Tampoco iba dirigida contra su adversario, el pretendiente del trono, El Rogui. Ni se trató, al menos en ese primer momento, de una acción para expandir el poder. Más bien, era la consecuencia de una obligación internacional contraída por España.
La nueva incursión en Marruecos era el resultado directo de la inseguridad que sentían sus elites políticas tras la guerra hispano-americana de 1898. España había perdido los restos que le quedaban de su, en otros tiempos, vasto imperio después de que las guerras coloniales de Cuba y Filipinas se habían convertido en una confrontación militar desastrosa con Estados Unidos.
Alejada del sistema de relaciones internacionales durante el último cuarto del siglo xix, España había confiado fatalmente en sus conexiones dinásticas y religiosas para proteger sus colonias de los depredadores externos. [2] Después del Desastre, España había tratado de reintegrarse en un puesto seguro dentro de la cambiante red de alianzas internacionales, con la idea de proteger su metrópoli y sus islas y enclaves de la creciente competencia existente entre las grandes potencias. [3] Con una franqueza poco habitual en la correspondencia diplomática, el ex primer ministro conservador Francisco Silvela escribió así al embajador francés en 1903: "El evidente deber de los hombres que se hallan a la cabeza de las fuerzas políticas de España es terminar con el aislamiento en que se encuentra nuestra política exterior. Nuestra ubicación geográfica nos impone serias responsabilidades, no sólo hacia nuestra propia nacionalidad y hacia el futuro de nuestro país, sino también en relación con otras potencias…". [4]
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- Estado Mayor Central del Ejército, Historia de las campañas de Marruecos (1859-1927), Madrid, Servicio Histórico Militar, 1947-1981, vol. 2, p. 20; Gabriel de Morales, Datos para la historia de Melilla, Melilla, 1909, pp. 369-371.
- Sebastian Balfour, The End of the Spanish Empire 1898-1923, Oxford, OUP, 1997. [Hay trad. cast.: El fin del Imperio español (1898-1923), Barcelona, Crítica, 1997.]
- Para conocer más datos sobre la política exterior española en el periodo posterior al Desastre, véase Sebastian Balfour, "Spain and the Great Powers in the Aftermath of the 1898 Disaster", en Sebastian Balfour y Paul Preston, eds., Spain and the Great Powers in the Twentieth Century, Londres, Routledge, 1999.
- Documents diplomatiques français (1871-1914), vol. III, 2e série, p. 193.